Te estaba mirando bajo el árbol de esa
biblioteca, yo leía, sin mal no recuerdo un libro de Kafka, y tú, en
servilletas escribías lo solo te sentías hoy y cuánto le afectaba la
lluvia a ese estado de animo tan de adolescente que tenías. No iba dejar de
llover, no se necesitaba ser meteorólogo exitoso del noticiero de las 8 para
notarlo, yo estaba viéndote ahí, triste y dejado, con un aspecto agudo...
quería hablarte pero no me importaba lo suficiente lo que pasara con tu vida,
así que decidí mandarte un café con 4 de azúcar a ver si te quitabas esa
amargura de encima y me volteabas a ver con una sonrisa para que lograras importarme más.
-Mesero, llévele un café como uno de los
míos al caballero de ahí.
-Con gusto señorita.
Y tú,
al ver lo que el mesero te decía no me arrojaste ni una mirada, claro para hacerte
el interesante, lo sé.
Pero al probar ese café sonreíste de una
manera única por la que valió cada gramo de ese azúcar que había
gastado en ti, seguí leyendo para que no sintieras que te observaba y sentirte
protagonista de mi tarde.
–
¿y qué hace una señorita tan
sola enviándole cafés a desconocidos un día tan de lluvia?
–
Para endulzarle la tarde
caballero, se veía tan afligido que me compadecí de su miseria
– ¿Tan evidente es que andaba
escribiendo notas suicidas en la servilleta de una panadería?
– Lo suficiente para que alguien
como yo lo note, además, ¿el caballero solamente hace preguntas?
– Pues si la señorita sola las responde,
tal vez, ¿me deja devolverme el café?
–
Pero si tiene buen azúcar sino,
ni se moleste, puedo agitar el mío
–No se afane por eso, es un
sabor mesuradamente divino como para olvidarlo.
Y terminamos en mi apartamento sucio y
desordenado confesándonos el amor que nos faltaba de hace años, y jurándonos
curar esas heridas, terminé diciendo sátiras estúpidas después del amor y el
sexo y tú terminaste sonriéndome y vistiéndote.
–
Ya me voy, dejó de llover
– ¿Solo te veré cuando llueva?
–
Solo me verás hoy.